viernes, 26 de enero de 2007

El PPD Ante Un Giro Fundamental

Jorge Inzunza
Diputado PPD
Presentación realizada en la Escuela Nacional de Educación Política el 20.01.2007


Quiero felicitar a los organizadores de este encuentro, que es un respiro de aire fresco en días difíciles. El esfuerzo que han hecho refleja un cariño por el PPD que aprecio y valoro mucho.

A propósito de los desafíos del progresismo, yo voy a sacar un fenicio: voy a hablar del PPD. Intentaré precisar en mi pensamiento sobre nuestra identidad, sobre nuestra alma, y sobre nuestro futuro, que será un modo de decir qué inflexión creo debe hacer el PPD y qué responsabilidades tenemos con Chile.

Cunado uno está en una encrucijada, tiene que volver a las preguntas fundamentales.

Voy al grano, tratando de condensar mi enfoque, con una retórica lo más al hueso posible.


Nuestras Raíces

El PPD es hijo de un giro histórico de la izquierda. Nace el año ’87, pero sus raíces son anteriores, están en la renovación de la izquierda. O de las izquierdas, porque fueron varias renovaciones, en varias olas de cambio. Su espíritu de apertura no es sólo una reacción cultural al dogmatismo ideológico, es también una ética. El PPD era un espacio, un refugio, contra el sectarismo, las purgas por pensar distinto, el control partidario como abuso de poder. Eso desató muchas energías, creo un ambiente muy libertario.

El PPD nació como una alternativa de izquierda abierta y creadora, capaz de recoger lo mejor de nuestras tradiciones políticas para recrearlas en un sentido de futuro, de manera inclusiva y expansiva, con vocación de mayoría.

Esa ética refleja algo esencial de nuestra alma y encarna un cambio histórico muy profundo de la humanidad.


El Suelo de Nuestra Identidad

El PPD no es una marca. Tampoco una franquicia que se transfiere a un candidato cualquiera. Discrepo profundamente de esa visión.

El PPD tiene una base social que se conecta con su espíritu. Tiene un amplio espacio en la sociedad chilena, que a ratos explica su propia ambigüedad.

Hay una base popular que se identifica con el PPD. En parte es una izquierda de raíces no socialistas, pero también de una veta más radical de la renovación socialista. Nuestro Erich Schnacke tenía algo de razón cuando decía que el PPD era otra división del PS. Pero más a fondo, son sectores populares que valoran la gobernabilidad y la estabilidad, que tienen un sentido común más abierto a lo moderno, que mezclan la radicalidad con un sentido de Estado y una mirada realista del poder y que tienen la intuición básica de que hay que producir cambios profundos con seguridad. Donde el PPD es más fuerte es en los sectores populares, gracias a esas raíces históricas de muchos de sus liderazgos sociales y políticos y a ese espíritu, a ese sentido común, a esas intuiciones.

Hay otro espacio sociológico PPD que se identifica con su espíritu liberal-progresista, de gente de clase media que se siente orgullosa de ser de clase media, que no tiene ese aire arribista que encarna la derecha, que valora su dignidad, su propia autonomía, que no depende ni quiere depender del Estado, que valora la calidad, la excelencia, el mérito, el esfuerzo personal, que por eso valora la ética social de la izquierda, la igualdad de oportunidades y la solidaridad y que es liberal en el sentido de valorar la libertad de pensamiento y de creación, que respeta la pluralidad de valores de la sociedad y que cree y valora la innovación y el espíritu emprendedor, como un acto de libertad y que es capaz de remover o desplazar a viejos poderes conservadores.

Uno de nuestros problemas políticos es que muchas personas que representan esas bases populares auténticas y esos líderes de referencia para la clase media, han dejado de tener un lugar activo en el PPD real, se han replegado, se han alejado de la construcción de partido. Yo creo que eso tiene que ver con cómo nos organizamos, con nuestras instituciones y, por lo tanto, puede y debe ser revertido.

El PPD tiene un espacio político propio, ha respondido a una necesidad.

Para este tiempo histórico, el espíritu de apertura del PPD es muy necesario en Chile, porque es una ruptura con las visiones conservadoras: con ese temor al cambio, con esa vieja mentalidad agrícola que sigue apegada a la mera explotación de los recursos naturales y recela de la innovación, con ese sesgo patronal que desconfía del diálogo laboral, con esa tendencia rentista que afecta a sectores empresariales, con ese ignorante desprecio a otras culturas con las que vamos a convivir en esta aldea global. Somos una punta de lanza para romper con todas esas fuerzas conservadoras que afectan el futuro de Chile.

Los liderazgos del PPD cruzan fronteras, somos capaces de ampliar las fronteras de la Concertación. Sus liderazgos, a todo nivel, logran producir una mayor transversalidad, que contiene la penetración de la derecha en sectores populares y sectores medios.

Asimismo, el PPD genera un equilibrio que facilita la gobernabilidad de la Concertación. Si existiera un solo bloque, un solo partido PS-PPD-PR, la DC se sentiría muy amenazada y afectaría la convivencia en la coalición. ¿Cuánto va a durar eso? No lo sé, quizás una generación. Lo importante es que la Concertación es el gran espacio progresista en Chile y sus partidos logran constituir una alianza de centro-izquierda de mayoría para gobernar el país.


Un Cambio Esencial de las Circunstancias

El PPD nace en un minuto de optimismo histórico. Pero algo esencial ha cambiado y, con esto, aventuro una mirada del tiempo futuro que nos va a tocar vivir. Hay un cambio global que nos envuelve.

A qué me refiero.

Yo sostengo que la globalización dejó de ser liberal. Los valores liberales no dirigen la globalización. El paradigma de la globalización liberal de los años ’90, esto es, un mundo que se movía hacia el libre mercado en lo económico, a democracias en lo político y a libertades en lo cultural, ya no es el que rige el mundo. Esa idea, que alimentó la tesis de Fukuyama del fin de la historia, ya no se sostiene, se derrumbó. Mantener esa mirada es un grave error de apreciación. Y eso es, además, lo que vuelve ingenuo e irresponsable el enfoque neo-liberal de la derecha. Con esas políticas ponen a Chile en riesgo.

El hito de ese giro es el ataque de Al Qaeda a Estados Unidos. Ahí se produjo un quiebre sustancial. Estados Unidos se volcó a una guerra y se comporta como los viejos imperios. En esta década cambió todo, quizás por mucho tiempo: hoy impera el realismo geopolítico y la ambición hegemónica de varias naciones, que en nuestra región tienen Brasil y Venezuela, lo que será fuente de tensiones de distinto tipo, y por eso yo discrepo con quienes en la izquierda miran a Chávez como un líder romántico; hoy el libre mercado cede terreno a las estrategias de dominio de mercados y a decisiones políticas que defienden posiciones de poder en los mercados mundiales, sino fíjense ustedes en la presión de Estados Unidos sobre Chile por los derechos de propiedad intelectual, cuya prioridad real es la defensa de su industria farmacéutica; y, por último, el espíritu de tolerancia y la diversidad, incluso algunas libertades alcanzadas, han cedido frente al refugio en las identidades religiosas y culturales propias, de un modo conservador. El combate al terrorismo está afectando libertades conquistadas; la elite de la Iglesia Católica es más conservadora que antes; el radicalismo islámico en más influyente que antes, como ejemplos de este fenómeno.

Lo que quiero decir, en consecuencia, es que el impulso original del PPD estuvo muy asociado a ese ambiente liberal de los ’90. Como eso ya no existe, nuestro espíritu y nuestra acción política deben ajustarse a ese cambio fundamental de las circunstancias.

Como en los ’90 sentíamos que la economía chilena iba a crecer sin freno, que íbamos a alcanzar el desarrollo el 2010, que eso permitiría superar desigualdades, nos volcamos con mucha energía y con éxito a -digamos- una agenda de segunda generación: libertades ciudadanas, agenda de genero, protección ambiental, las identidades culturales. Y, en medio de eso, dimos luchas por desplazar poder a la gente a través de la promoción de derechos ciudadanos.

Chile necesita, en este clima mundial, otro tipo de liderazgo. Esto no significa restarle valor a lo que hemos hecho. Al contrario, hemos ayudado a cambios decisivos para Chile. Pero tenemos que dar un giro.

El PPD tiene que ofrecerle una estrategia a Chile. No le puede ofrecer temas.

El PPD no puede seguir siendo una especie de operador financiero de temas, esto es, que al igual que en la bolsa, instala un tema, lo hace crecer, hace la ganancia y luego lo deja porque ya no es tan rentable … y a otra cosa, a otro “tema”. Exagerando un poco, y ridiculizándolo, esa lógica ha existido en el PPD. Se lo ha considerado exitoso, pero ya no tiene credibilidad. La gente exige mucho más de nosotros.

Ofrecer una estrategia es señalar un camino y hacerse cargo de los resultados, exige tener un compromiso incondicional con las transformaciones que Chile necesita. La gente nos quiere ver luchando por esos cambios y sentir la seguridad de que vamos a lograrlo. Ese no es ningún pragmatismo, sino sentido de la realidad y responsabilidad.

Yo visualizo, en grandes trazos, dos grandes desafíos políticos para nosotros.


Una Identidad Fuerte

Este tiempo reclama identidades fuertes. En tiempos de incertidumbre, se requiere de claridad. El PPD necesita una identidad fuerte. Necesitamos afirmaciones nítidas, no más categorías aguachentas, que se diluyen.

Somos de Izquierda. Somos parte de ese tronco histórico; no como ideología, nada de eso, sino como historia real. Estamos conectados a esa raíz, más allá de sus matices y vertientes. Estamos orgullosos de eso.

Una de las legitimidades de la izquierda ha sido su utopía, la idea de otra sociedad posible, pero esa no es la única y, diría, ni siquiera la más importante. Su mayor legitimidad está asociada a su historia de luchas sociales; por solidaridades auténticas, no paternalistas ni clientelistas; por reivindicar la dignidad de las personas; por construir realidades a escala de esa dignidad humana; por hacer historia cambiando prácticas, por transformar sus valores en un sentido común que opera en nuestra convivencia; por lo que ha hecho para transferir poder a las personas. Cuando ello se convierte en política, gana poder y legitimidad; cuando eso se vuelve mera retórica, se desvanece y pierde influencia.

Ser de izquierda es poner valores en acción, es transformar valores en prácticas sociales.

Tenemos que reivindicar nuestra lucha por la justicia social, por la igualdad. Nosotros estamos en deuda con Chile: ofrecimos una mayor igualdad que no hemos logrado. Tenemos que preservar la radicalidad de las luchas ciudadanas que hemos dado. Tenemos que luchar por darle más poder a las personas. Tenemos que ir a las organizaciones populares, participar activamente en ellas, apoyar nuevos liderazgos. Tenemos que liderar cambios sociales en Chile, para terminar con la pobreza, la exclusión, la desigualdad de oportunidades y los abusos de poder. Y tener política para todo eso.

También somos Liberales: luchamos por la democracia, por las libertades, tenemos un espíritu laico y valoramos la diversidad, como apertura esencial a la vida y a la libertad humana.

La democracia es una conquista popular. Su legitimidad en la historia sólo se consiguió gracias a los movimientos obreros de mediados del siglo XIX y sus luchas del siglo XX y, luego, gracias al poder que logró conquistar la clase media. Antes de eso la democracia era despreciada por las elites y duramente descalificada. “Que es esto de un gobierno elegido por el pueblo”, decían, “qué saben ellos” era la frase despectiva típica. Gracias a esas luchas de las que somos herederos la democracia hoy es nombrada con orgullo en todo el mundo.

Pero hay algo más, que quiero precisar. Lo propiamente liberal de nuestro tiempo es una idea que nosotros, en el PPD, vivimos casi intuitivamente: la sociedad necesita equilibrios de poderes para cuidar la democracia y las libertades y, al mismo tiempo, la sociedad requiere de instituciones que respeten la pluralidad de valores. Eso nos diferencia de la derecha, que es profundamente conservadora o que es liberal sólo en lo relativo a sus procedimientos, no en lo sustantivo.

Nuestro respeto por la pluralidad de valores es esencialmente liberal. Esa noción nos lleva a pensar que no hay verdades inmutables; que la vida no se mueve por una jerarquía rígida de valores, sino que muchas veces nos enfrentamos a la disyuntiva de optar entre valores equivalente o de un estatus similar; y que los seres humanos, como parte de nuestra propia libertad, de nuestro libre albedrío, somos creadores de valores, que forjamos nuestra ética, que tomamos opción por los valores con los que convivimos. Esto no es ningún relativismo, sino asumir la responsabilidad que nos toca. Por eso, tampoco, podemos caer en la tontera del anti-clericalismo, en la torpeza de evitar un diálogo auténtico con las iglesias, porque ellas –precisamente- tienen de valioso que su evangelización cultiva valores de sociedad.

A partir de esta identidad, tenemos que trazar un camino.


Una Estrategia para Chile

Chile necesita una estrategia de competitividad y de cohesión social. No podemos partir del supuesto de que el crecimiento del país, la creación de empleo, la productividad de nuestra economía y su competitividad en el mundo, están garantizadas. No podemos seguir pensando como si viviéramos siempre en tiempos de bonanza.

Nuestra estrategia de competitividad tiene que colocar un acento especial en crear empleos de calidad y de mayor valor agregado. Chile no va a competir en el mundo con empleos de bajo costo. Esa pretensión de la derecha, escondida detrás de la flexibilidad laboral, no tiene viabilidad para Chile. China e India, Brasil y otros países de América Latina, y tal vez después Africa, van a cancelar esa posibilidad por al menos dos décadas. Ellos van a ofrecer una fuerza laboral mucho más barata, y a veces con alta calidad. Esto es, Chile no tiene espacio en los nichos de empleos de bajo costo comparativo a nivel mundial. Y, luego, no sólo eso, seguir con altos porcentajes de la población con bajos sueldos, van a generar crisis sociales agudas en Chile.

Nuestra prioridad número uno, a mi juicio, es tener una política de creación de empleo y de empleos de calidad. Esa es, hoy día, la mayor fuente de inseguridad de los chilenos. Ello no sólo afecta a los sectores populares, sino a toda la clase media, que vive con más angustia esa inseguridad laboral.

La competitividad tampoco puede ser sinónimo de sacrificios ambientales, como quiere la derecha. Chile va a ser más competitivo si tenemos estándares altos de cuidado del medio ambiente, porque eso no sólo nos salva del dumping ambiental, sino que nos va a permitir ingresar a los nichos de mercados que valoran los productos que tienen esos mayores estándares: le ocurre a la industria del salmón y a todas las áreas envueltas en el desafío de hacer de Chile una potencia alimentaria mundial.

Chile necesita una política de innovación si queremos elevar el nivel de vida. Se está agotando el modelo de desarrollo basado en la explotación de recursos naturales y vamos a tener un 30% ó un 40% de la población con un sueldo bajo los 250 mil pesos si no provocamos un salto productivo en el país. Como nunca antes, gracias a los enormes excedentes del cobre, podemos contar con una base financiera que permita estimular ese desarrollo competitivo de Chile. Eso exige un rol del Estado mucho más activo y audaz, lo que incluye también conquistar derechos, dar luchas sociales y generar condiciones de protección social.

Chile debe sostener espacios competitivos de poder. La globalización exige que las empresas chilenas tengan estrategias de poder asociadas a sus estrategias de negocios. Chile no puede actuar con ingenuidad, o nuestras empresas y productos van a ser desplazados de los mercados. Fortalecer grandes empresas chilenas, capaces de competir globalmente, es una tarea del país, pero que también requiere de contraprestaciones. Y explico esto con un ejemplo: a mi me alegra que una empresa como Líder haya resistido el ingreso a Chile de una trasnaconal, como Carrefour, pero no me gusta que Líder abuse de sus proveedores, que son grandes, medianas o pequeñas empresas, y que tenga peores condiciones laborales para sus trabajadores, que las que tenía Carrefour. Un hecho cierto en la última década en Chile es que empresas internacionales han mejorado los estándares laborales, ambientales y de servicio respecto de empresas chilenas. Dicho directamente, como Chile es una economía pequeña, la apuesta por fortalecer grandes empresas capaces de competir exige paralelamente de una regulación, para evitar sus abusos de poder.

Chile tiene todavía grandes desequilibrios de poder y enormes desigualdades. La inestabilidad del empleo y los fenómenos de marginalidad que subsisten. Los chilenos reclaman mayor seguridad social, más protección social. Pero aquí quiero expresar algo sensible para nosotros: yo no quiero que nuestra agenda social sea financiada sólo por los excedentes del cobre, porque sería cometer el mismo crimen que se hizo con el salitre a principios del siglo XX. Chile necesita una reforma tributaria para financiar su agenda social y focalizar las utilidades del cobre en la educación y el desarrollo productivo del país.


El PPD debe salir a la disputa con la derecha. A su conservadurismo, a su falta de sentido de país. Pero también, ahora, tenemos que salir a combatir el populismo de la derecha, que busca crear adhesión utilizando la frustración y el resentimiento de la gente. Esa estrategia es típicamente fascista y yo visualizo que se va a profundizar en los próximos años.

El modo de enfrentar ese populismo de derecha, a mi juicio, es colocando un espíritu que se acerque a lo que llamo una épica del realismo, es decir, la épica que mira de frente las dificultades, las reconoce, las hace explícitas, las explica y –dentro de ellas- fija un camino de esperanza, de orientación y de acciones.

La historia de los partidos de la Concertación se acerca más a este espíritu.

Esa impronta está vinculada a las tradiciones políticas y culturales de los partidos de la Concertación. Es parte de nuestra cultura política transversal, que nace de una preocupación central por la cuestión social: el paradigma neo-liberal parte del supuesto de que existe un mecanismo natural del sistema que resuelve los equilibrios sociales y políticos. Este supuesto no es aceptado por la tradición de izquierda, ni por la socialcristiana. Por el contrario, partimos de la idea de que hay prepararse para los efectos nocivos que surgen en el mundo y hacerles frente con voluntad política.

Más allá de nuestras grandes utopías, las cotidianidad política de nuestros partidos se forjó en las luchas sociales y sindicales de los siglos anteriores: del espíritu republicano radical, de las organizaciones sindicales que gestó la izquierda, de las redes comunitarias que impulsó la DC, entre muchas otras expresiones, que han forjado en décadas y décadas una densa red social de nuestros liderazgos de base. El espíritu que ahí vive es esa lucha, esa voluntad, esa pelea por vivir con dignidad.

Mi apreciación es que los chilenos, en general, sabemos o intuimos que no tenemos el futuro asegurado, que tenemos incertidumbres, que tenemos riesgos a perder el empleo, que cuesta una buena educación para los hijos, que estamos expuestos a una enfermedad grave o a una vejez con dificultades económicas. Lo que más respeta la gente, creo yo, es la honestidad, la cercanía de la transparencia, la capacidad de advertir, de dar orientación sobre el futuro y de mostrar un compromiso duro y consistente en esa lucha por la dignidad.

2 comentarios:

Juan Carlos González A. dijo...

Estimado Jorge, gracias por tu claridad.

Anónimo dijo...

bueno lo de jorge, en el papel , al menos