José Antonio Viera-Gallo e Ignacio Walker
La social democracia (o socialismo democrático) y la democracia cristiana (o social cristianismo) fueron, tal vez, dos de las ideas más revolucionarias y fecundas del siglo XX. Ellas inspiraron y alentaron a vastos movimientos sociales que luchaban por mejores condiciones de vida. Enfrentaron al nazismo y al fascismo, promoviendo la libertad y la democracia. Alentaron procesos de liberación y descolonización. En la era de la globalización y la posguerra fría, ambas están llamadas a converger en una síntesis superior, para dar respuesta a los nuevos desafíos del siglo XXI.
La social democracia se erigió como una alternativa libertaria y democrática, con un fuerte sentido social, ante el socialismo autoritario, que devino en los llamados "socialismos reales" (comunismo). La democracia cristiana, por su parte, se levantó como una alternativa ante el catolicismo integrista, con su negación militante de la modernidad, la democracia y el pluralismo. Ambas fuerzas políticas se constituyeron en una alternativa de avanzada y progreso social, críticas del "capitalismo salvaje" y de los totalitarismos y autoritarismos de distinto signo.
La social democracia apuntó a una nueva síntesis entre socialismo y liberalismo político, desde una vertiente laica. Por su parte, la democracia cristiana apuntó a una nueva síntesis en torno a aquello que aparecía como irreconciliable: la tradición cristiana de pensamiento y el advenimiento de un mundo moderno, democrático y secular. Ambas corrientes filosóficas y políticas tienen en común una profunda raíz humanista, la una de origen laico y la otra de origen cristiano. La colaboración y la convergencia entre ambos humanismos aparecen como una de las claves para hacer frente a la gran tarea de comienzos del siglo XXI: humanizar la globalización y favorecer el entendimiento entre civilizaciones y culturas diversas.
Europa y el "Modelo social"
En la Europa de la posguerra, social democracia y democracia cristiana aparecieron como fuerzas en competencia -y, de alguna manera, todavía lo son-. Dicha competencia político-electoral, sin embargo, vista en retrospectiva, no ha impedido procesos profundos de convergencia entre ambas fuerzas políticas cuando se trató de construir la unidad europea y cuando fue necesario dar origen a una nueva forma de Estado o defender y renovar la democracia. En efecto, ¿qué diferencia de fondo puede existir entre el modelo de "Estado de bienestar" promovido principalmente por la social democracia europea, y el de "economía social de mercado" promovido por la democracia cristiana europea? ¿No corresponden, ambos, a lo medular de lo que se conoce como el "modelo social" europeo?
En algunos países han compartido, a veces por largo tiempo, responsabilidades de gobierno. ¿Es acaso una simple coincidencia que, hoy por hoy, Angela Merkel y la social democracia alemana gobiernen juntos, bajo la segunda "Gran Coalición" en la Alemania de la posguerra (la primera tuvo lugar a fines de los años sesenta)? ¿Será tan sólo una coincidencia que Romano Prodi, de origen demócrata cristiano, gobierne junto a fuerzas socialistas en Italia, bajo la fórmula de "El Olivo"? Otro tanto ocurrió en el pasado en Bélgica y Holanda. ¿No será acaso que estos partidos de avanzada social, en Europa, ya están insinuando o intuyendo la necesidad de una nueva convergencia, sin que ello implique renunciar a legítimas diferencias, o renegar de las historias de cada cual? ¿No fue ésa acaso la intuición lúcida de Aldo Moro -mártir de la democracia-, a comienzos de la década de 1970, al disponerse favorablemente a un encuentro con el "eurocomunismo" de Enrico Berlinguer, en torno a la tesis del "compromiso histórico" planteado por este último, precisamente a partir de las lecciones del trágico quiebre democrático en Chile, en el centro del cual estuvo el grave desencuentro entre las fuerzas políticas de avanzada social (democracia cristiana y socialismo)? Hoy en Italia se discute la creación de un partido democrático capaz de ser la casa común de todas las corrientes progresistas.
Todo lo anterior nos remite, por cierto, a la experiencia de la "Concertación" en el Chile del post-autoritarismo. ¿No es acaso la "Concertación de Partidos por la Democracia" la anticipación de esta nueva convergencia entre socialismo democrático y democracia cristiana, en la realidad de Chile y América Latina? Lo anterior, en momentos en que vivimos un cuarto gobierno de la Concertación, alianza política que aparece, sin lugar a dudas, como una de las más exitosas en América Latina desde la posguerra hasta ahora.
¿Tiempo de grandes convergencias?
En nuestras historias hay grandes desencuentros, pero también grandes convergencias. ¿No ha llegado el momento de reconciliar, en un gran abrazo fraterno y democrático, a las figuras de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, forjadores del ideario de justicia social en la segunda mitad del siglo XX? ¿No fue acaso el clima odioso y la polarización profunda del período de la Guerra Fría lo que separó a Frei y a Allende, a la democracia cristiana y el socialismo, con las consecuencias que conocemos? En el clima generado por el final de la Guerra Fría y la globalización en que vivimos, ¿no es tiempo de explicitar las grandes convergencias, como las que hemos logrado en esta fecunda etapa de la historia de Chile con la Concertación? ¿No fue el acercamiento entre Eduardo Frei y Willy Brandt, en torno a la "Comisión Norte-Sur", a comienzos de la década de 1980, otra de las anticipaciones e intuiciones detrás de este proceso de confluencia entre democracia cristiana y social democracia?
Como se puede apreciar, nuestra propia reflexión se basa en interrogantes más que en afirmaciones categóricas y definitivas. Nos mueve, sin embargo, una profunda convicción en torno al tremendo potencial de esta nueva concertación, a partir de nuestras propias historias: historias personales y colectivas, de éxitos y fracasos, de avances y retrocesos y, sobre todo, de una cierta visión compartida en torno al futuro de Chile y de América Latina. Juntos perdimos la democracia, juntos la recuperamos, juntos hemos abierto un camino nuevo de progreso al país. No nos puede ser indiferente la experiencia de nuestra historia más reciente, bajo los liderazgos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, de tradición demócrata cristiana y socialista democrática, respectivamente, quienes completarán 20 años de profundas transformaciones en Chile: 10 años bajo la Presidencia de un demócrata cristiano y 10 años bajo la Presidencia de un socialista. ¿No habrían estado Frei Montalva y Allende entre nosotros, abriendo nuevas avenidas de libertad y justicia social para el pueblo chileno y latinoamericano?
Hoy han desaparecido las razones históricas que dieron origen a las diversas corrientes del progresismo. Sus disputas en el pasado abrieron paso al fascismo en Europa y a las dictaduras militares en América Latina. Los nuevos desafíos de una sociedad más moderna y abierta exigen una permanente renovación del ideario político para interpretar el mundo que viene y que nosotros mismos hemos contribuido a formar. Debemos no sólo perseverar en el camino que estamos siguiendo, sino profundizarlo y proyectarlo con audacia. Lo que no podemos perder de vista son los impulsos de cambio de las nuevas generaciones inspiradas en los valores y los ejemplos del progresismo, y buscar nuevas formas de representar a la ciudadanía que no quiere el conservantismo ni el neoliberalismo.
Finalmente, y a decir verdad, para ser exitoso, este movimiento renovador debe ser capaz de trascender a la Democracia Cristiana y la social democracia, en una nueva síntesis que sea capaz de convocar a nuevos y amplios sectores de la vida nacional, dentro y más allá de nuestras propias fronteras, en un claro sentido de futuro. Así, debiera incluir a ideas y movimientos que sean capaces de conciliar los valores de libertad, solidaridad y justicia social; sectores diversos que van desde el liberalismo democrático al socialismo democrático, desde el humanismo cristiano al humanismo laico, y más allá de éstos. Su fundamento ético está dado por el profundo respeto y promoción de los derechos humanos (civiles y políticos, económicos y sociales), y su norte está constituido por la profundización de la democracia. Debe estar abierto al mundo de los trabajadores y los empresarios, a la vez que atento a los anhelos y demandas de los nuevos sectores medios, y especialmente de los jóvenes, con un claro sentido nacional y popular, y una mirada universal, como es necesario en la época actual.
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